Pero ya caminan juntos y el pasado solo es aire.


Nos dicen que cerremos el libro y abramos otro. Pero, ¿cómo vamos a cerrarlo si ni siquiera sabemos cómo pasar página?






Cuando hay demasiado silencio le da por hablar a algunas heridas. Por eso duelen tanto las madrugadas. A veces intentar ser feliz es como tratar de agarrar algo que se te escurre entre las manos. Y eso te pone aún más triste. Lo peor es que ya no se me ocurren excusas. Estar perdido se ha convertido en mi estado más común. Alguna vez me encuentro, pero sólo un rato. Mientras tanto observo la vida como si fuese un creyente esperando ser espectador de un milagro que nunca ocurre. La verdad es que la fe me parece el peor invento del hombre, pero también es cierto que cuando no tienes nada, agradeces no tener algo más que perder. Es mi mayor consuelo, por pequeño que sea. Algún día me crecerán alas, o simplemente volaré de camino al suelo, tras saltar cuando ya estrellarme me llegue a parecer una sensación maravillosa. Y sonreiré mientras la tristeza se convierte en esa cicatriz que no recuerdo cómo me hice. O quién la hizo. Todo llega, porque todo termina. Y ahora mismo que las cosas no duren eternamente me resulta precioso. De todas formas, y volviendo al tema en cuestión: nunca he querido a nadie tanto como he llegado a odiarme a mí mismo. Entiendo que no sepa amar sin que me duela, pero espero que cuando quiera irme, en lugar de hacerlo, alguien me enseñe a quedarme a su lado toda la vida.

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