30 de Noviembre de 2014
Y allí estábamos los dos, un poquito sin saber cómo decir que aún nos queríamos. No, espera, no queríamos decirlo; sólo queríamos dejar de sentirlo. Cerrar los ojos y escapar, como siempre. Y es que no podemos cicatrizar tan rápido las heridas del corazón, supongo. No podemos despertarnos una mañana y cambiarnos los sentimientos mientras nos quemamos con el café. Y ese, quizá, es el problema: que a veces la razón dice sí muy fuerte, y el corazón niega con la cabeza. No preguntes quién termina cediendo, lo sabes muy bien. Y es que esos besos que algún día fueron míos, habiéndolos perdido, es un poco como notar un vacío en mi boca. No podría encontrarle otras palabras a ese querer, pero no quererte. A ese tren que me lleva de vuelta a donde ya fui y de donde escapé hace algún tiempo: a tus brazos. A tu ese algo que me enamoró un día, y que seguirá ahí, supongo, pero yo, ya, no quiero. Yo ya sólo sé sonreír como una tonto y esperar que me consideres curada del amor, que de repente empezó a matarnos sin llamar a la puerta. Y ni triste ni bonito, como la vida misma, el tiempo sigue pasando sin nosotros saber muy bien por qué pasa, y que probablemente no pase por nada en concreto. Ya ves que sigo sin saber escribirle finales a las historias tristes. A nuestra historia. Y así es un poquito toda mi vida.
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