Miradas llenas de nada, sentimientos vacíos, fines de semana agarrados a botellas, y luego, cuando todo pasa, sólo queda un domingo de resaca existencial. De preguntarme qué es la vida, y qué es eso del amor, pero qué voy a saber, si siempre me ha tocado echar de menos; si siempre me ha tocado escribir cosas tristes sobre personas que nunca me quisieron. Qué voy a saber. Y, nada, la vida sigue, para bien o para mal, no importa mucho. El mundo gira como siempre. El tiempo pasa como de costumbre. Y tampoco importa mucho. En mi soledad; en mi cuarto, ese campo de batalla donde han muerto demasiadas horas, quiero escapar. Irme lejos, todo lo lejos posible, pero tengo esa sensación de que lo más lejos posible no será lo suficientemente lejos. Y quiero gritar, y lo hago, pero en silencio, no quiero despertar a nadie. Miro el techo, la luz está apagada, y no, no voy a sonreír. La cama, medio enfriada y tan vacía, por culpa de esa soledad tan mal acostumbrada a no faltar nunca. No hay mucho más. Pero al día siguiente llueve, y no me quedan muchas ganas de correr; sólo tengo ganas de que la rutina no haga demasiado daño.
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